En otras palabras, la mayoría vivirá más de cien años, lo que requerirá por parte de todos hacer planes para la segunda mitad de nuestras vidas. Los gobiernos tendrán que retrasar la edad de jubilación e inevitablemente el acceso a una pensión estatal. Supongo que esta suposición sigue siendo válida después de la pandemia.
La edad adulta o tardía, referida comúnmente como vejez, aunque me parece más respetuoso hablar de senectud, puede ser vista como un regalo y como una oportunidad. Una destacada filósofa y escritora contemporánea que se ocupó de este fenómeno fue Simone de Beauvoir (1908-1986), precursora del feminismo moderno.
Cuando Beauvoir publicó La Vejez en 1970, la estimación de vida para los ciudadanos de Francia era de 65 años. Los planes de pensiones, como producto financiero, no estaban disponibles. Tampoco existían residencias para la tercera edad, y algunos ancianos que padecían alzhéimer o demencia senil eran ingresados en clínicas psiquiátricas, a veces junto a pacientes que sufrían trastornos mentales severos.
Beauvoir aborda el tema de la senectud desde una perspectiva filosófica parecida a la que adoptan otros pensadores. Por ejemplo, Montaigne explicaba que llegar a ser mayor es un “privilegio” y un “gran favor” que se nos da. El filósofo francés del siglo XVI, que contaba en sus diarios cómo en una ocasión estuvo al borde de la muerte, animaba a sus lectores diciéndoles:
“La muerte es tan solo un mal momento al final de nuestra vida”.
Y añadía:
“Si no estás preparado para afrontar la muerte, no te preocupes; la Naturaleza te enseñará cuando llegue la ocasión, completa y adecuadamente. Hará el trabajo por tí, no te preocupes al respecto”.
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